Desde el pasado lunes 30 de diciembre en su página el diario El Tiempo fiel a su estilo, tiene montada la justificación de un crimen de lesa humanidad, ejecución extrajudicial masiva por la que Colombia y su Estado deben responder en términos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, al ‘informar’ que “un policía fue condenado por la muerte de seis guerrilleros”.

Cuando cualquier despistado lee el titular se halla con que existe una tamaña injusticia contra el fiel servidor de la “fuerza pública”, pues condenarlo por dar de baja a terribles terroristas sería un exabrupto. Pero no es tal. Al final de la nota, como al desgaire, se indica que los crímenes son secuestro y homicidio agravado; lo que de todas formas deja una deuda con los lectores.

El señor criminal condenado es apenas la punta del iceberg que debe ser descubierto para que se haga justicia en la “masacre de Mondoñedo”. Era teniente de esa agrupación para delinquir vestida de verde que es la policía, pero llegó a escalar más altos peldaños como pago por ese –que seguramente no es el único– crimen que ahora justifica El Tiempo, el que a esta hora, noche del 1º de enero no ha rectificado, a pesar de habérselo solicitado la Brigada Jurídica Eduardo Umaña Mendoza.

Pues resulta que Martín Alonso Valdivieso Barrera, al menos en lo más conocido, no era ningún “guerrillero”. Fue a sus 21 años uno de los fundadores de la UP en Santander en su condición de militante del Partido Comunista Colombiano. Era mensajero de varias empresas, entre ellas una de las más reconocidas avícolas del país. Finalizando los años 80 comenzó a ser perseguido, no por guerrillero sino por comunista y upecista, al punto que se le intentó asesinar por un sicario paramilitar en Bucaramanga.

Ese sujeto que por poco lo mata fue desarmado por ‘Candelilla’, como le decíamos sus hermanos y allegados, y alcanzó a descerrajarle un tiro al agresor. Tras varios meses de prisión injustificada su abogado demostró que era el agredido y fue puesto en libertad, comenzando desde ahí la más implacable persecución que le obligó a salir de la ciudad y casi dejar en el abandono a su familia.

Un paréntesis: (Su abogado, el doctor Orejarena, quien era uno de los más destacados y enjundiosos penalistas de Santander, tuvo que huir de Colombia, exiliándose, tras demandar y vencer al Estado y su ejército en juicio, al demostrar que en un falso positivo fueron asesinados por la mal llamada ‘fuerza pública’ tres muchachos a los que les pusieron granadas y armas, uno de los cuales era su propio sobrino, acribillados por la osadía de adelantar en su carro al vehículo de los ‘héroes de la patria’).

Marín Alonso, dejando en casi abandono a sus en ese entonces hijos, debió refugiarse en Bogotá. Se dedicó a comercializar los incipientes pero pioneros equipos electrónicos. Vivía a plena luz del día, no como guerrillero sino como comerciante. Que sus ideas justificaran la lucha armada como respuesta del pueblo a la agresión, el crimen y el despojo –como lo compartimos varios miles de colombianos– no lo convertían en ilegal. Varias veces incluso nos embriagamos en el barrio Policarpa, sien objeto de requisas y escrutinios de los tombos. ¿De dónde acá un guerrillero andaría de farra en Bogotá?

Cuando nos enteramos, el 13 de septiembre de 1996, que ‘Candelilla’ estaba en Medicina Legal en Bogotá y que fue asesinado el 7 de ese mismo mes, nos hallamos con el cadáver de un hombre “sicariado desde dos vehículos en direcciones opuestas” –en voces de la Corte Suprema de Justicia– que fue asesinado de esa forma al saber sus victimarios que podrían ser desarmados, y al conocer que portaba con qué defenderse.

Sus otros compañeros, acosados, y ahora presentados como “guerrilleros” por El Tiempo corrieron peor suerte. Otro paréntesis: (“El día que la asesinaron Rosita andaba de suerte: de seis tiros que le dieron, no más uno era de muerte” –el corrido de Rosita Alvírez). Los demás muchachos fueron baleados, metidos en carros de la policía (¡cómo no!), torturados, vilipendiados, amarrados, se les puso llantas sobre sus cuerpos atados y heridos, se les roció gasolina, incineró y remató. ¿Eran “seis guerrilleros dados de baja”?

Los HP (hediondos policías) brindaron por la hazaña. Hoy en comentarios de los lectores de la página web –que no saben el contexto– son pobres servidores de la patria (manes del uribismo) que deberían recibir la Cruz de Boyacá.

Pero si alguien debería ser honesto sería un comunicador social. Independiente de su ideología debería ser más honesto. No ser un simple opinador con base en las fuentes exaltadoras del crimen, que es con lo que se justificó la ‘Masacre de Mondoñedo’ ejecutada por una sección de la policía llamada ‘contra actores armados ilegales’. Fue un crimen de guerra contra hombres que no estaban en campo de batalla, que deambulaban en calles de la capital colombiana, cuatro de los cuales ni siquiera ofrecieron resistencia a la supuesta “llamada de la autoridad”.

Periodistas es título que les queda grande  los autores de la infamia noticiosa. Turiferarios de las agencias de ‘inteligencia’. Palafreneros de las bestialidades oficiales, militares-policiales es el mejor rótulo.

HP (que no es justamente honorables periodistas) de El Tiempo: demuéstrenme que Martín Alonso Valdivieso Barrera era guerrillero; o rectifiquen aupadores del crimen.

Alfredo Valdivieso Barrera
Secretario general Partido Comunista Colombiano, regional Santander

http://radiomacondo.fm/2014/01/02/las-canalladas-del-periodico-el-tiempo/