A principios de junio del presente año, a mi correo electrónico llegó la noticia que la Secretaría de Educación haría un evento en la plazoleta del Centro Administrativo Municipal -CAM- donde funciona la alcaldía de Cali, reuniendo diferentes instituciones educativas oficiales, con el objetivo de mostrar ante la comunidad caleña los proyectos productivos que los estudiantes de grado once desarrollan antes de recibirse como bachilleres.

Días después el 11 de junio, asistí al evento junto con un amigo. Llegamos a las 10am, la plazoleta del CAM estaba totalmente colmada de ‘quioscos’ y en cada uno de ellos se encontraban instaladas las instituciones participantes. Tuvimos la oportunidad de recorrer la mayoría de los quioscos y escuchar a los estudiantes presentar sus proyectos.

Me sorprendió la capacidad de estos estudiantes en aprenderse todo un discurso que yuxtaponía lo empresarial / lo científico / y lo existencial. Y ese mismo discurso ser repetido una y otra vez durante toda una jornada ‘laboral’. De la misma manera, el manejo del espacio y del cuerpo de los estudiantes, me recordó inmediatamente los stands de venta de teléfonos celulares que uno se encuentra en centros comerciales.

Cuando pasamos por el quiosco que acogía a la Institución Educativa Simón Rodríguez, la profesora que ese día coordinaba la muestra, al vernos tomando fotografías y registrando en audio lo que sus estudiantes exponían, se interesó y nos fue invitando a conocer su colegio que ocho días después tendría un evento semejante, pero de carácter interno.

Nosotros aceptamos la invitación y el siguiente jueves 17 de junio estábamos muy a las siete de la mañana en el barrio Salomia, cerca de la sede principal del SENA. Efectivamente, el evento era muy parecido al anterior: la relación con el espacio-con el cuerpo-con el conocimiento. No hicimos mucho registro audiovisual porque consideramos que era más de lo mismo: proyectos con alto grado de complejidad, pero enfocados (todos) en la posibilidad de comercialización y obtención de frutos económicos.

Esta situación nos estremeció bastante. Al parecer, entre los estudiantes no sólo del Simón Rodríguez, sino de muchas instituciones educativas caleñas, no hay una preocupación explícita por asuntos distintos a lo mercantil, a la producción masiva, a la solución de problemas cotidianos por medio de productos electro-mecánicos. Ningún proyecto hacía referencia, al menos una crítica, a asuntos de orden cultural, artístico, pedagógico y mucho menos político.

Ante esta situación, aprovechamos el interés que en nosotros había puesto la profesora Martha, y le solicitamos un espacio con los estudiantes de grado 11 para llevar a cabo una serie de entrevistas. La profesora accedió, y nos citó para el día siguiente en la mañana.

El viernes 18 de junio a primera hora estuvimos en el Colegio. Nos recibió la misma profesora, nos presentó ante los dos cursos con que ella tenía clase de español y les explicó a sus estudiantes el motivo de nuestra visita. Nosotros nos presentamos: de dónde veníamos, por qué estamos ahí, etc. Algunos estudiantes quedaron confundidos, otros indiferentes, se escuchaban murmullos en cada rincón, pero como si fuese un acuerdo a priori entre ellos, absolutamente nadie dijo nada.

Todos ellos eran estudiantes de grado 11, que en pocos días estarían recibiendo su título de bachilleres y pensando en qué irán a hacer una vez dejaran atrás las aulas del Simón Rodríguez. Obviamente parecía que habíamos llegado a mala hora, cuando ya nadie presta atención a nada. Sin embargo, eso lo tuvimos presente con anticipación y decidimos utilizar una táctica que pocas veces falla: sacar a los estudiantes del salón de clase y llevarlos a un lugar sin profesores.

Así lo solicitamos y con fortuna, no hubo ningún obstáculo institucional. La idea era hacer entrevistas focales a grupos de 5 estudiantes, por ese motivo sólo se pudo escoger uno de los dos grupos de 11º pues la jornada no daba para más. Escogimos el primer grupo que saludamos sin tener ninguna asesoría ni recomendación profesoral. Propusimos a los estudiantes que formaran sus grupos, y colocamos una sola condición: que fuesen grupos de amigos, donde haya cercanía y complicidad. Así inició todo.

Tuvimos que esperar hasta el final de la clase de Español. A las 10am nos desplazamos al salón asignado, ubicado en el segundo piso de la Institución y que hace las veces de sala de profesores de la jornada de la tarde.

Alcanzamos a entrevistar cuatro grupos. Tres de ellos conformados exclusivamente por mujeres, y el último grupo sólo por hombres el cual aceptamos que fueran más de cinco, y fueron ocho jóvenes. Iniciamos preguntando si el grupo tenía alguna identidad específica. Efectivamente fue así: las primeras chicas se proclamaban las lindas, el segundo grupo las rebeldes, el tercer grupo de chicas expresó no asociarse con nada, pero esa negación intentaba ocultar sin éxito su cercanía con el estereotipo de nerdas. Finalmente, el grupo masculino se adjetivó como los recocheros, locos, insoportables y mamones.

Comenzamos a indagar sobre los proyectos de los cuales formaron parte en días pasados. Esto permitió evidenciar tres motivos concretos: 1. los proyectos les permitía mejorar sus calificaciones;  2. ahí estaban metidos sus amigos; y  3. los proyectos hacían parte de asignaturas obligatorias. Tales respuestas nos hicieron preguntarles si ¿acaso alguno o alguna de ellas habían formado parte en la planeación o construcción de tales iniciativas?, no solamente como ‘receptores’ de la actividad. Las respuestas fueron todas negativas.

Lo anterior nos motivó a preguntar entonces, ¿en algún momento de su vida escolar tomaron parte en la realización de una actividad, al menos, formaron parte de algún proceso que no necesariamente remitiera a alguna asignatura ni representara alguna calificación?  -De ese cuestionamiento resultaron múltiples anécdotas que no tenían nada que ver con los proyectos productivos. Al contrario, los eventos más recordados por los estudiantes fueron en general los deportivos, los artísticos y las (pocas) veces que estuvieron investigando por fuera del Colegio. Momentos de sus vidas donde el aprendizaje realmente fue contextualizado, sentido, autónomo y social.

Ante sus respuestas, nos llamó la atención que los proyectos productivos fueran entonces los más nombrados y apoyados por la Institución Educativa Simón Rodríguez, casi que en contravía del sentir estudiantil. Por eso profundizamos en ese asunto develando discusiones muy interesantes, como que los proyectos fomentados por esa Institución funcionaban bajo la lógica del concurso y la premiación individual. Esta situación servía como excusa para promover ‘distinciones’ entre los estudiantes, es decir, los buenos y los vagos. Los salones aplicados y los salones mediocres.

Gracias a esas declaraciones nos dimos cuenta que el salón que habíamos elegido para entrevistar, era el de los estigmatizados, el de los señalados, el curso de los irresponsables y demás calificativos que desafortunadamente se escuchan en los centros de enseñanza. Entonces tomamos la decisión de ahondar en las experiencias que habían sido no sólo significativas en términos de conocimiento, sino corporal y sentimentalmente.

Las experiencias narradas referían a tiempo-espacios distintos al aula de clase: por un lado, los espacios de encuentro que se creaban dentro de la Institución por los estudiantes, como por ejemplo al reunirse para hacer un trabajo, a partir de relaciones sentimentales, cuando se planean celebraciones, o cuando se hacen bromas entre ellos mismos, a profesores, etc.

Por otro lado, lo extraescolar que siempre está ahí, pero la ética institucional muchas veces lo margina como un ‘agregado’ que trae aprendizajes incorrectos y vicios. No obstante, durante las entrevistas esos aprendizajes ‘malos’ y callejeros resaltaron con notoriedad: las rumbas, los encuentros en casas de compañeros, las salidas a fincas, y hasta las peleas muy comunes hoy en día entre barras se mostraron como espacios de alta socialización. Alrededor de esas actividades se tejen toda una serie de valores que en muchos casos, tendrán más relevancia una vez estén graduados que los propios conocimientos disciplinares.

Era la 1pm, ya era hora de terminar. Por último, nos preocupaba encontrar alguna razón válida para que los estudiantes mantuvieran 11 años dentro del sistema educativo. Indagamos ¿en qué momentos sintieron que una clase (o un profesor) era bueno y valía la pena estar dentro del aula?  -Ante este interrogante todos los estudiantes coincidieron argumentando que las mejores actividades académicas fueron aquellas donde el profesor les dio la libertad de expresar sus ideas de cualquier manera. Nos colocaron varios ejemplos, como presentar un trabajo haciendo una canción. Que el examen final fuese una salida de campo, y cosas más simples como cuando los dejan hacerse en grupo, o cuando el profesor acepta puntos de vista contrarios a los suyos.

Nos despedimos de los chicos y chicas que nos acompañaron. A la 1.30pm las aulas estaban otra vez llenas de nuevos estudiantes. Esta vez la jornada de la tarde. Nosotros salimos de la Institución, caminamos rumbo al paradero de buses con algo de frustración.

 

[ ] [ Autor: Felipe Vidal Velasco]