Siempre decimos que el agua es la vida del planeta, que no distingue fronteras ni lenguas. Sí, es muy cierto. La sabiduría de la naturaleza ha hecho que los ríos, las lagunas y los arroyos sean las venas del mundo desde donde se empieza un largo viaje para permitir la existencia de la vida toda.

Pero miserablemente la ambición de las transnacionales de los diferentes sectores del mercado obstruye ese largo viaje del agua por la vida.

 

Francia Inés Epiayu es indígena wayùu de aproximadamente 50 años; viven en su pequeña enramada de bahareque rodeada de su  esposo, sus tres hijas, sus nietos y su yerno, en la comunidad de Bangañitas, en el resguardo indígena de Mayabangloma, a 7 kilómetros del casco urbano de Fonseca en el sur del departamento de la Guajira.

 

La familia Epiayu, al igual que otras familias de Bangañitas, vive un verdadero problema de escasez de agua en sus hogares. Aunque hay acueducto en la región indígena, el agua se demora semanas y a veces meses en llegar.

 

“Mi papá sembraba yuca, plátano y guineo, pero por falta de agua se secó el cultivo. Ahora solo nos quedamos con los chivos. Lavamos  la ropa en la sequia y compramos el agua para cocinar”, cuenta Adalina, hija de doña Inés.

Maribel es una niña de apenas trece años de edad. Cursa séptimo de bachillerato en una pequeña escuela de su localidad. Todos los días, junto a su hermana, se levanta muy temprano a recoger el agua turbia de una sequia ubicada a doscientos metros de su casa. A las pequeñas las sigue un viejo burro cargado de seis canecas donde cargan las sobras de agua contaminada que dejan los dueños del monocultivo de arroz.

 

“Los seis tarros de agua nos alcanzan para un  solo día. La utilizamos para los animales y el baño. Aquí en la sequia nos bañamos y lavamos la ropa. El agua de tomar  la compramos a un señor que la lleva  a la casa, pero hoy mis papás no tienen los $20.000 para pagar el agua. Por eso hoy vamos a cocinar con agua de la sequia”, cuenta la pequeña Maribel mientras lava su cicla.

 

Hasta esa sequia llegan a diario mujeres con sus bebés, jóvenes, niñas y niños de Bangañitas a jabonar la ropa, a ducharse, a bañar los animales y a lavar las motos y las ciclas.

Desde el año 2004 que llegó la operadora de agua, Aguas del Sur, a administrar el líquido de los municipios de Distracción, Fonseca, Barranca y Hato comenzó el problema para las comunidades de la baja Guajira. El tubo de 20 pulgadas del acueducto que  salía de la bocatoma para suministrar el agua a 1500 indígenas de la baja Guajira fue reducido a seis pulgadas.

 

La poca cantidad de agua que pasa por el pequeño tuvo no alcanza a proporcionar las 298 viviendas del resguardo de Mayabangloma. Los esfuerzos que hacen los fontaneros para que el líquido llegue a cada ranchería se quedan solo en buenas intensiones pues el problema aquí no es de recurso humano ni de instalaciones de acueducto; la  dificultad es que no hay  agua.

 

Como si fuera poco, las aguas de manantiales y el río Ranchería que atravesaban su territorio fueron represados para la construcción de la hidroeléctrica El Cercado, mega- proyecto que se implementó en los municipios de San Juan del Cesar y Distracción. El Cercado Inunda alrededor de 638 hectáreas, destruye el sitio sagrado Sekumukui de los pueblos Kogis, Wiwas, Kamkuamo y Aruhaco.

 

“Nosotros vivíamos en las orillas del rio Ranchería. Ese río es de nosotros y nos lo quitaron; nos echaron al desierto. Cuando estábamos en el desierto, llegó la mina de carbón Cerrajón y nos tiraron al otro lado de la montaña. La contaminación acabó con  las abejas que nos producían sus miles. Destruyeron los arboles grandes maderables de donde sacábamos nuestras artesanías. Nos quitaron las flores y sus aromas. Las grandes maquinarias acabaron con nuestros sitios sagrados. Los cementerios tradicionales los arrasaron. Ahora nos quitaron el agua y los arroyos que quedan están contaminados. Acabaron con el pastoreo, la casa y con la agricultura. Quieren es arrinconarnos al mar; será para después echarnos al agua”, afirma Óscar Uriana, autoridad tradicional.

 

Con el exterminio de las montañas y su contaminación en la alta y baja Guajira, la lluvia se alejó. Ahora  solo llega una llovizna cinco meses en el año. Durante ese tiempo los arroceros y algodoneros taponan la sequia dos veces por semana. Entretanto, no es posible utilizar los baños y tampoco tienen como bañar a los niños más pequeños. “Muchas veces llegan niños y niñas sin bañarse a la escuela. Para quitar la sed beben agua de la sequia. Hacen sus  necesidades fisiológicas a campo abierto y en ocasiones comen sin lavarse las manos. La escasez del líquido ha hecho que se presenten diarreas, vómitos y brotes”, afirma la rectora de la escuela local.

 

Para superar un poco la escasez del líquido en el centro educativo, cada niño de la escuela tiene la obligación de llevar  a diario una caneca de agua. Con ella  se lavan las manos y toman. De su lado, las madres de familia deben caminar kilómetros por encima de los tubos del acueducto que lleva el agua hacia el casco urbano de Barranca para conseguir y comprar agua potable para cocinar el almuerzo de los doscientos estudiantes.

 

Fánor Martínez  es  un mayor de aproximadamente 60 años. Vive en la comunidad de La Laguna en el mismo resguardo. En su camioneta cargada con tanques de agua de mil litros, agua extraída de un pozo subterráneo, recorre las carreteras polvorientas del resguardo de Maya Bangloma, surtiendo del líquido a las personas que tengan los $20.000 para comprar una caneca.

Los reclamos de sus habitantes a los organismo estatales para superar esta dura  realidad no han tenido eco. El Personero Gustavo Bergara dice que “hemos venido trabajando porque conozco la problemática de agua de Maya Blangloma, pero la empresa dice que el compromiso que hizo con la Alcaldía Municipal suscribe que solo tiene compromiso de prestar el servicio de agua al casco urbano”.

“Aguas del Sur manifestaba que el acueducto tenía las redes en mal estado y el agua se filtraba y que además nosotros desperdiciamos el agua y no le dejábamos a los vecinos. Se comprometieron a instalar dos válvulas y a suministrar el agua tres días por semana, pero no cumplieron”, asegura una habitante de Maya Bangloma.

Esperanzados en solucionar el problema, las comunidades de Maya Bangloma hicieron grandes esfuerzos humanos y económicos para la construcción del segundo acueducto. Esta vez, nuevamente, los 600 millones de pesos y la tubería quedaron  enterrados porque el agua aún no llega a las rancherías. Aunque sin tener agua sus habitantes siguen pagando por las redes del acueducto.

En el momento los habitantes de Bangañitas continúan desafiando el peligro porque  muchas veces por falta de dinero deben tomar agua de la sequia. Doña Inés y su familia siguen llevando sus chivos a beber agua en la sequia. Maribel y su hermana  cargan el agua en su burro. Los estudiantes llevan sus canecas de agua a la escuela y las madres de familia  caminan kilómetros hasta conseguir agua limpia para sus hijos. Fánor sigue haciendo negocio con el pozo subterráneo. Los arroceros y algodoneros  dejan correr el agua contaminada y Aguas del Sur sigue negando un derecho digno y  vital para las comunidades.

 

“Que aguas del Sur no limite el agua; que facilite el agua porque nosotros también tenemos derecho a beber agua limpia”, dice la seño Nicolasa, mientras camina bajo el inclemente sol que brilla en esta región Caribeña.

 

Tejido comunicación Acin