Sin una solución a la mano para remediar la desaparición de 22 quebradas provocada por la construcción de un túnel, la compañía eléctrica decidió salir del problema comprando todas las fincas afectadas.
Lío ambiental en la Central Hidroeléctrica La Miel, Caldas
Previendo el incremento en la demanda energética de los próximos años, los directivos de Isagen decidieron que una forma fácil y rápida de aumentar su oferta de energía era ampliar el Embalse de Amaní, que hace parte de la Central La Miel, ubicado en límites de los municipios de Samaná y Norcasia (Caldas). Los estudios de ingeniería habían demostrado que con la construcción de un túnel que captara aguas del río Manso y las condujera hasta la planta hidroeléctrica, lograrían el objetivo trazado.
En 2006 todos los requisitos estaban en orden, así que el Ministerio de Ambiente dió vía libre a la obra otorgando una licencia ambiental. Todo lo que pedía la empresa era que les permitieran trasvasar unos 20.000 litros por segundo para llevarlos a su embalse. Con la ampliación, Isagen lograría aumentar en 30% su producción en la zona, que representa el 4% de la que consume el país.
Los trabajos de ingeniería comenzaron en 2008 y todos en la empresa esperaban que a mitad de 2011 entrara en funcionamiento el túnel. Por la carretera que de La Dorada conduce al municipio de Norcasia y de ahí unos 6 kilómetros más adelante hasta Berlín, comenzaron a transitar decenas de volquetas y camiones que alteraron la tranquilidad de los campesinos.
Pero no siempre las cosas salen como están planeadas y algo inesperado sucedió: los habitantes de las fincas aledañas al proyecto notaron que al menos 22 quebradas que antes adornaban esas montañas e irrigaban los campos agrícolas y ganaderos, se fueron secando mientras las máquinas horadaban la montaña. El agua que antes fluía a la superficie, comenzó a perderse bajo el suelo de la montaña por culpa del incipiente túnel.
Testigos silenciosos de ese daño colateral fueron algunos ejemplares de una rana considerada endémica del Magdalena Medio (Pristimantis viejas) y una salamandra (Bolitoglossa lozanoi) listada como amenazada.
Desde marzo de 2010, diferentes habitantes de la zona remitieron al Ministerio de Ambiente quejas sobre lo sucedido. Una de ellas, firmada por José Luis Bustos Mejía y José Arnulfo Bustos Serrato, decía: “respetuosamente solicitamos su intervención ante Isagen para que se agilice el pago de los daños y perjuicios y la compensación por la afectación al recurso hídrico causada en los predios El Mirador y La Cabaña. Por la construcción del túnel se secaron los nacederos Cañaveral 1, 2, 3 y 4 en el predio La Cabaña”.
Jorge Rojas, uno de los habitantes de la zona, quien además fue contratado durante la construcción del túnel, fue testigo de lo que sucedió en las entrañas de la montaña: “las aguas de filtración fueron superiores a lo esperado. Algunas veces las aguas de filtración superaron los 300 litros por segundo”. Según el propio informe de la empresa, al principio de la excavación no se tomaron medidas, pues las infiltraciones eran tan solo de 5 litros por segundo.
“Es un asunto de una trascendencia enorme”, dice un experto en hidrología enterado de lo que sucedió en Caldas, “los túneles asociados a proyectos hidroeléctricos, cuando no se han planeado muy bien, pueden generar impactos terribles al medio ambiente”.
Visitas técnicas de expertos del Ministerio de Medio Ambiente a la zona se intercalaron con nuevas quejas de la comunidad y reportes de la empresa durante los últimos tres años.
Ante la evidencia recopilada, el Ministerio de Medio Ambiente decidió expedir una resolución fechada el 29 de diciembre de 2011, en la que advertía que “permitir que se inicie la operación de trasvase en las condiciones actuales representaría un riesgo sobre las fuentes hídricas y sobre algunas especies de fauna cuya supervivencia y reproducción se vería comprometida”.
Definitivamente las cosas no habían salido de acuerdo con los planes de expansión de Isagen. En la empresa el asunto cobró la mayor importancia y debía tratarse con sigilo. Y considerando que no existía a la vista una solución técnica que enmendara el impacto del túnel y permitiera que las 22 quebradas regresaran con el mismo caudal a la superficie, la orden fue negociar con los propietarios de las fincas.
“Supuestamente pagaron bien eso”, dice un habitante de Berlín que prefiere que se guarde su nombre, “fincas que valían 10 a 20 millones, las pagaron entre 80 y 100 millones”. La Lagunilla prácticamente se convirtió en una vereda fantasma.
Luis Fernando Rico Pinzón, gerente general de Isagen, reconoce que “se presentó un impacto no previsto. Las infiltraciones fueron superiores a lo esperado según los estudios y diseños”. Además de comprar cerca de 350 hectáreas y compensar a otras familias afectadas, Rico aseguró que el objetivo de la empresa es “convertir un problema en una oportunidad” y el terreno afectado por la escasez hídrica será poco a poco restaurado.
Para algunos miembros del Comité Veedor del Proyecto Manso-Amaní, la afectación de las 22 quebradas trasciende las familias, que vendieron sus fincas pues los productos agrícolas y ganaderos que se producían en la zona alimentaban la economía regional.
¿Cuánto vale una quebrada? ¿Cuánto vale un bosque? ¿Cuánto vale el aire sin CO2? Esas son las preguntas que dividen opiniones en un mundo que transita hacia la economía verde.
Por: Pablo Correa
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