“¿Es cierto que están trayendo café de afuera?” pregunta con incredulidad un cafetero guambiano durante una reunión en Piendamó, Cauca. “!Es cierto!” grita otro sentado a mi lado y un murmullo de indignación se extiende por el auditorio.

Efectivamente esta situación no puede causar más que indignación. Muy probablemente el café que me estoy tomando mientras escribo este artículo -o el que usted se está tomando como lector- proviene de Perú, Ecuador o algún país centroamericano. Así que lo que era impensable, está sucediendo, como ha sucedido con productos como el arroz, el trigo o el maíz desde que empezó el “libre” comercio: estamos pasando de ser un país autosuficiente en café para pasar a ser importadores, al menos en estos días de crisis. Sólo el año pasado se importaron 900.000 sacos de café para abastecer el mercado interno, y el país ha perdido cuatro millones de sacos en los últimos cuatro años, pasando de producir once millones de sacos de café verde en 2008 a siete millones en 2012. Esto significa que los cafeteros –pequeños, medianos y grandes porque la magnitud de la crisis es tal que los afecta a todos- han dejado de percibir cuantiosos ingresos por el café que han dejado de producir. Y el que han logrado producir, ha sido a pérdida. Como lo explica un cafetero de Belén de Umbría, los costos de producción por arroba están entre $60,000 y $70,000 pesos, pero se está pagando entre $40,000 y $50,000 pesos, dependiendo de la calidad del grano.

Con todo, el presidente Santos anuncia, en medio de un show mediático en Chinchiná que terminó con rechiflas, que se otorgará un subsidio de $6,000 pesos por arroba hasta junio de este año y la refinanciación a dos años de los créditos que no están vencidos con el Banco Agrario. “Con eso lo único que hacen es alargarnos la muerte” me dice un cafetero de Riosucio, Caldas. Así mismo surgen varios interrogantes. Por ejemplo, ¿qué soluciones hay para aquellos cafeteros que ya tienen sus pagarés vencidos? ¿O para aquellos que no tienen cédula cafetera y, por tanto, no reciben ningún subsidio? Por su parte, Luis Genaro Muñoz, gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, afirma que los cafeteros tradicionales no participarán en el Paro Cívico Nacional del próximo lunes 25 de febrero, el cuál esta siendo promovido por “fuerzas oscuras”. Como siempre en este país, la protesta civil se reprime y estigmatiza ante la opinión pública bajo este trillado y falaz argumento.

Pero la realidad es que el Movimiento por la Defensa y la Dignidad de los Cafeteros es pacífico, autogestionado y autofinanciado por los cafeteros y sus comunidades. Cómo lo explica una líder de Asproinca, una asociación de productores campesinos e indígenas de Riosucio y Supía, en Caldas: “Todos los que participen del paro deben llevar preparada su comida para el primer día y traer ‘remesa’ para los siguientes: plátanos, yucas y otros productos de la finca. Además debemos organizarnos por veredas para conseguir ollas y madera para cocinar, los dos mil pesos por persona para el transporte en chiva, y las pancartas con las demandas del paro”. Igualmente, el paro cafetero cuenta con el apoyo de comerciantes, transportadores, autoridades municipales, sindicatos y organizaciones gremiales e indígenas de once departamentos del país. Por ejemplo, en Risaralda, la Asamblea Departamental ha declarado por unanimidad su apoyo al paro cafetero y los comerciantes de Belén de Umbría cerrarán sus negocios el lunes como muestra de solidaridad. En Caldas, varios alcaldes también han expresado su apoyo, brindando transporte y exigiendo al gobierno nacional que le dé soluciones a la crisis cafetera. Así mismo, los educadores de Caldas, agremiados en Educal, han expresado su respaldo al paro y los estudiantes de las universidades de Manizales, a través de la Mane, han realizado reuniones informativas y se han organizado para conseguir transporte para los estudiantes que quieran acompañar a los cafeteros el 25 de febrero. Incluso funcionarios de algunos de los comités municipales de la Federación de Cafeteros –que conocen de cerca la dramática situación de las zonas cafeteras, a diferencia de aquellos que no salen de sus oficinas- han expresado su solidaridad con el paro. Es necesario recordar que la crisis del café no solamente afecta a las 550,000 familias que viven de este producto y que generan la tercera parte del empleo rural nacional, sino a la mayoría de la población de las zonas cafeteras. Como me dice un cafetero de Supía, Caldas: “Si nosotros no tenemos ingresos, ¿quién le va a pagar el pasaje al del jeep, o comprarle al de la revueltería o al de la miscelánea?”

La crisis debe ser muy profunda para que los cafeteros salgan a protestar a las carreteras, a sabiendas de que se exponen a ser violentados por la fuerza pública, a aguantar las inclemencias del tiempo, a dormir en improvisadas carpas, y a perder días de trabajo en el cafetal. Hacer un paro exige muchos sacrificios, pero eso no lo saben los altos mandos de la Federación ni el presidente Santos -quien fue representante ante la Organización Internacional del Café – quienes desde su muy abullonada silla de escritorio se ganan millonarios sueldos con el sudor de aquellos a los que dicen representar. Pero los sacrificios son necesarios cuando la institucionalidad cafetera y el gobierno nacional son sordos a las peticiones de los cafeteros quienes han realizado ya varias acciones de protesta, todas ellas pacíficas. Por ejemplo, la Movilización Cafetera a Manizales del 27 de agosto de 2012 donde se concentraron 20,000 productores de todo el país, y el Plantón Cafetero del 28 de noviembre en Bogotá durante la instalación del Congreso Nacional Cafetero. Movilizaciones que han contado con el apoyo no solamente de gobiernos locales y departamentales, sino también de diez senadores y representantes de todo el espectro político nacional –desde el Partido de la U, con Adriana Gutiérrez, hasta Jorge Robledo del Polo Democrático.

Desgraciadamente en este país, el gobierno sólo responde bajo presión. Gracias a las protestas cafeteras, el gobierno de Santos retiró de la nefasta reforma tributaria el aumento a la contribución cafetera –impuesto que pagan todos los cafeteros, la mayoría sin saberlo, por cada libra de café exportado- de seis a doce centavos de dólar. Esto lo tienen claro no sólo los cafeteros, sino también los arroceros, cacaoteros y maiceros, quienes también están en crisis por las importaciones y la caída de la producción nacional ante el total abandono del gobierno, como lo muestran las protestas de las últimas semanas. Un gobierno que sigue repitiendo la mantra neoliberal de que es mejor importar alimentos baratos y especializarnos en productos exóticos, en ciertos nichos de mercado, o en la gran minería en donde supuestamente tenemos “ventaja comparativa”. Por esto es que la Federación desde hace varios años se ha volcado a apoyar los cafés especiales, sin tener en cuenta que estos representan solamente el 15% de la producción nacional y del mercado mundial, abandonando la producción del café suave colombiano para la exportación y el consumo interno. Un gobierno que perjudica a los exportadores con una política monetaria que no logra controlar la revaluación del peso a pesar de que el Banco de la República haya anunciado la compra de 30 millones de dólares diarios. Esta situación se agrava con la continua caída del precio internacional del café que ha llegado a estar por debajo de los 1,40 dólares la libra en este mes de febrero. Un gobierno maniatado por los TLC que no puede ejercer ningún control sobre las importaciones y que le otorga toda clase de beneficios económicos –incluyendo las vergonzosas exenciones tributarias- a las empresas transnacionales, en especial mineras. El impulso de la “locomotora minero-energética”, que va en contra de la agricultura nacional, las fuentes hídricas y la biodiversidad del país, afecta también a las zonas cafeteras donde se han concesionado grandes extensiones mineras. Por ejemplo, la Gran Colombia Gold tiene extensas concesiones en Marmato, Caldas, y la Seafield Resources en Quinchía, Risaralda, amenazando con el desplazamiento no solamente de los mineros tradicionales sino también de los cafeteros.

Ante esta grave situación, los cafeteros saldrán a protestar a las carreteras del país este lunes 25 de febrero para exigir al gobierno central un precio remunerativo y estable, el control de los precios y la calidad de los insumos del café, la solución definitiva a las deudas bancarias, el cese de las importaciones de café y el rechazo a la gran minería en zonas cafeteras.

La crisis del café también responde, en el largo plazo, al modelo de agricultura del país, ligado a la Revolución Verde. Me refiero en específico a la política impulsada por la Federación de Cafeteros desde los años ochenta para acabar con el cultivo tradicional de café con sombrío -el llamado “bosque cafetero”-, y reemplazarlo por el monocultivo de café de sol. Según María Elena Bernal, agrónoma de la Universidad de Caldas, el bosque cafetero –que cubría la gran mayoría de las zonas cafeteras- se caracteriza por su gran biodiversidad dado que el café se cultiva bajo la sombra de especies de árboles nativos como guayacanes, guamos y yarumos, e intercalado con otros cultivos como el plátano, el maíz, el frijol, el aguacate y numerosas plantas medicinales y aromáticas, que a su vez atraen gran variedad de pájaros, insectos y otros animales propios de esta zona. Esta diversidad de cultivos, flora y fauna asociados al café mantiene la fertilidad del suelo, evita la erosión, protege las fuentes de agua, contribuye a la seguridad y soberanía alimentaria de las familias cafeteras, y permite el control biológico de plagas y enfermedades. El modelo de cafetal de sol, ligado a los paquetes tecnológicos de fertilizantes y herbicidas químicos, constituye, por el contrario, una grave amenaza para la biodiversidad de la zona cafetera, promoviendo la erosión y la contaminación de las aguas, y convirtiendo al suelo y al caficultor en dependientes de las grandes compañías de agroquímicos y de las variedades de café de la Federación que –como sucede con la ‘Variedad Colombia’- no se dan bien en todas la zonas. Testigo de esto es el tan ahora promocionado “paisaje cultural cafetero” que en muchas zonas ofrece la deprimente panorámica de cafetales envejecidos –porque los cafeteros no tienen con qué renovar sus cafetales – flanqueados por grandes extensiones erosionadas donde ya no crece ni una mata de maíz. Esta problemática debe comenzar a discutirse dentro del movimiento cafetero y a nivel nacional para encontrar soluciones que permitan construir una caficultura sostenible tanto económica como ambientalmente.

Es hora entonces de que el gobierno y el país ayuden a los cafeteros a salir de la peor crisis de su historia. Ahora es el turno de solidarizarnos con quienes, a través de sus contribuciones al Fondo Nacional del Café, han financiado por más de medio siglo no solamente las obras públicas de las zonas cafeteras como escuelas, hospitales, carreteras, alumbrado y alcantarillado público –y por tanto relevado al gobierno de cumplir con estas obligaciones- sino la economía y la vida del país, desde la reconstrucción del Palacio de Justicia hasta los equipos de ciclismo nacional. Como he oído afirmar una y otra vez en las últimas semanas: “Nosotros somos cafeteros, no limosneros.”

 

Laura Gutiérrez Escobar

Bogotá, febrero 22 de 2013

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