La Comisión Intereclesial de Justicia y Paz ha hecho ya historia. Una historia dolorosa y sufrida, precisamente por buscar la paz por medio de la justicia, es decir, SIN ARMAS. Por el otro lado, pareciera que los guerreros ni son capaces de hacer las cosas sin matar o herir, ni soportan la idea de que alguien pueda convivir sin matar a nadie. Triste historia la de un país que piense, en gran parte, así. Y buena noticia la de que exista la CIJP para resistir a los guerreros.

El abogado Manuel Garzón es el último ejemplo que hemos conocido de esta historia triste de Colombia. Lo aborda un ciclista, el 8 de agosto de 2013, hace ocho días, para tratar de intimidarlo porque está trabajando en la defensa de una comunidad negra del Chocó que quiere recuperar sus tierras, de acuerdo a la ley que el Gobierno está tratando de hacer cumplir, para evitar que algunos empresarios leales e ilegales acaben con el campesinado colombiano. El ciclista llega enmascarado: todos los asesinos de esta guerra colombiana llegan enmascarados porque negocian en crímenes. Y su encargo es amenazar de muerte al abogado Garzón para que desista de reclamar la tierra para sus dueños, en contra de la pretensión de unos criminales de cuello blanco (o azul, o gris a sueldo) que se la robaron, hace un par de años, mediante el terror o la estafa. Este no es un caso único. Es uno de los miles de amenazas de asesinato de esos terroristas que ya han producido más de 200.000 muertos y que todavía siguen matando en el Chocó, en el Catatumbo, en Tumaco, en Casanare, en la Guajira…

El 9 de agosto de 2013, hace siete días, o sea 24 horas después de la amenaza en el semáforo de la 24 con 61, el abogado Manuel Garzón, al salir de una oficina en la calle 32 con carrera 7ª, esta vez acompañado (¡tenemos un testigo!), es seguido por otro encapuchado (o por el mismo?), esta vez en motocicleta. Los asesinos de la guerra colombiana tienen medios de transporte rápidos y herramientas de comunicación-interceptación eficaces. No son pobres diablos, sino diablos muy ricos, o diablillos que anhelan un enriquecimiento rápido.

La apuesta de estos asesinos contra este abogado consiste en creer que el jurista se va a dejar aterrorizar. “Piensa el ladrón que todos son de su condición”. Pero todo el mundo sabe, fuera de los asesinos y sus mandantes, que los integrantes y muchos colaboradores de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz no son intimidables: buscan la justicia y están en paz. O, por lo menos, no usan armas para defenderse de los que están en guerra. A ello se debe el que ya cuenten con numerosos mártires. Pero los que andan armados no conocen otro camino: ni sus cabezas ni sus manos sucias les sirven para trabajar, dependen siempre de los medios de matar. Tristes diablos y cobardes los que sobreviven así. En la impunidad colombiana esa peligrosa sobrevivencia puede ser más o menos larga.

Frente a estos hechos cotidianos y tan numerosos, propongo convocar una mesa de negociación en el Chocó, (y en el Catatumbo, y en Tumaco, y en Casanare, y en la Guajira…) a la cual se sienten los guerreros locales y los mandantes de los encapuchados, y un representante de los encapuchados (todos son iguales), y los contratantes de los encapuchados o sus representantes, y las comunidades indígenas y negras del Chocó (y los pequeños campesinos y los mineros artesanales y los pescadores…) para conversar, SIN ARMAS, acerca de cómo pueden sobrevivir los pueblos indígenas y las comunidades negras (y los pequeños campesinos y los mineros artesanales y los pescadores…) si los guerreros y los empresarios de la agroindustria, de la minería y de la ganadería los expulsan de sus tierras para que vayan a vivir en los bordes de pueblos y ciudades, donde los van a repeler con violencia o a mirarlos morir con indiferencia. Porque a donde ellos alcanzan a llegar, aterrorizados y con sólo lo que tienen puesto como equipaje, ya hay suficiente pobreza para que se mueran de hambre y de abandono ellos y sus predecesores en ese éxodo rural urbano que ya lleva 70 años, pero que en los últimos 45 avanza al paso uniformemente acelerado de tan alocada huida. Semejante transformación migratoria, por irracional y cruel, no ha hecho de Colombia un país industrial, como lo imaginaba Lauchlin Currie en los años 70, sino un conglomerado de ciudades-refugio y una población de desterrados en su propia patria. La “multitud errante” de Laura Restrepo que está construyendo las protópolis, o simulacros de ciudades que denunció Jacques Aprile-Gniset en 1992 (La ciudad colombiana. Siglo XIX y siglo XX. Bogotá, Biblioteca Banco Popular)

En esa mesa de negociación se construiría un Marco Económico y Cultural para la Paz, porque de marcos jurídicos estamos en Colombia hasta la coronilla, pero de instrumentos económicos eficaces de redistribución de la riqueza nacional y de recursos educativos no excluyentes de la población pobre andamos más bien escasos. Tan solo hemos logrado estructurar un par de sólidos canales institucionales libres de impuestos y de cualquier control, el de la corrupción político-cultural y el de la economía gris, por los cuales la riqueza nacional se ha ido privatizando e ilegalizando, de tal forma que hoy más que nunca se impone nacionalizar el Estado colombiano (y su suelo, por supuesto) después de una purga profunda y eficaz de las actuales instituciones públicas, desde la cabeza hasta los pies, porque ambos están ya muy sucios.
Edición N° 00364 – Semana del 16 al 22 de Agosto de 2013
    
 Alejandro Angulo Novoa S.J.    
Centro de Investigación y Educación Popular – CINEP

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