En el campo y con los campesinos aré la tierra, sembré coliflor, cilantro, perejil, variedades de papa, maíz y trigo con los cuales las encantadoras mujeres campesinas moldean y preparan el pan nuestro de cada día y ofrendan a la creación con los frutos de la tierra.

 

Gracias a ellos y a ellas es posible la vida, porque nadie vive sin el alimento que provee la naturaleza y que los campesinos embellecen y cuidan; todos, absolutamente todos podemos vivir sin armas, sin leyes que fabrican a su antojo los congresistas, no nos hacen falta los cacareados y tóxicos discursos de Santos, de Uribe o de Pachito y que se agravan más con el lenguaje infestado de algunos medios comerciales de comunicación, pero impensable vivir sin la naturaleza, sin la tierra madre y sin los campesinos y las campesinas, quienes son orgullo y pilar de nuestro país. A los campesinos y campesinas gracias por sus valores, por su sencillez, por cuidar los bosques y el agua, por cuidar los bellos jardines, por proveernos de alimento y por ser el rostro amable y maravilloso de este país.

 

Campesinos, somos un pueblo

Un alto porcentaje del campesinado colombiano llevamos sangre indígena y/o convivimos con los descendientes de estos pueblos milenarios, también con los hermanos afro; somos artistas, pintores, músicos, escritores, periodistas, ingenieros, médicos, profesores, estudiantes… el campesino es palabras más, palabras menos el arquitecto del campo: agricultor que provee alimentos. Las mujeres campesinas moldean con sus manos y su cariño el alimento de todos y todas; además de ser las más bellas artistas y luchadoras son madres y son los seres a quienes más adoramos en nuestra vida.

En mi caso soy hijo del campo, hijo de campesinos y soy campesino, ese es mi más grande orgullo, muy por encima de ser profesional, eso es una simple arandela, pero ser campesino me llena porque no es un título que tuve que pagar, sino un premio y una oportunidad de la vida y del universo, el más bello regalo de mis padres.

Un campesino honesto y cabal, sencillo y rudo como lo fue mi padre, quien me inculcó el respeto y el aprecio al Otro, continuamente me decía, ‘hijo siempre tienes que respetar la otra persona, no debes dejarte eso sí de nadie, pero siempre procura apreciar y ser amable con quien esté a tu alrededor y ofrécele algo: un tinto, un plato de comida o una sonrisa…’

Años después murió Vanjelio, nombre cariñoso que daban los amigos a mi padre Evangelista, pero ya en mi Él había sembrado valores y principios de vida, de respeto, de honestidad; pero sobre todo Vanjelio había sembrado muchas semillas nativas y puras (las mismas que hoy criminaliza el ICA con la Resolución 970), de papa, de trigo, de cebada, de alcachofa, de frijol, de maíz, de anís, de altamisa, de auyama, de calabazo, de muchas hortalizas, de cilantro, curuba, sauco, aliso, variedades infinitas de legumbres, que guardó mi viejo y que mi madre siempre acariciaba como si fueran otras hijas suyas.

Campesinos de linaje fueron mis viejos, los dos murieron y herede del uno su coraje y su terquedad de alcanzar los sueños y de Ella de mi mamá Anita herede el cariño, la comprensión, el apreciar cantidad de flores que había en nuestro jardín y sobre todo la sencillez, mi madre fue un ángel que a todo aquel que llegó alguna vez a nuestra casa le ofreció alimento y cariño.

Después ellos tomaron el camino de nuevos ciclos de vida, pero yo vivía enamorado del campo y hoy lo llevo impregnado en lo más profundo de mi ser y mi sentir. Allí en sus montañas y quebradas me enamore por primera vez, acto bellísimo que ocurre a los seres y que nos marca profundamente; me enamore de algunas de las mujeres más bellas y compartí con ellas mi adolescencia y mi ser. En el campo y en los pueblos las mujeres son tiernamente hermosas, ellas se entregan al hombre con esmerada efervescencia y uno de hombre se entrega a ellas con algo de inocente ingenuidad y casi con infinita y refinada locura.

En el campo y con los campesinos aré la tierra, arrié bueyes y caballos, sembré coliflor, cilantro, perejil, variedades de papa, de trigo (algunas ya extintas como el argentino y el crespo llamados así en lenguaje popular campesino) con los cuales mi madre hacia el pan más rico del mundo, perdonen la modestia, pero los alimentos preparados por nuestra madre son los más preciados.

Sembré y recogí muchas frutas y hortalizas que compartía con los vecinos de la vereda y ellos me daban a cambio derivados de la leche como la mantequilla, la cuajada y el queso; me daban panela, arepa, chicha y cabro asado, me daban anís y dulces porque en mi tierra todavía se hace trueque. Fui arriero, domé potrancas y potros finos que muchas veces me fracturaron la espalda y los huesos, pero éramos hermanos y compañeros de camino; en el campo el jinete o es indomable o es incapaz y pues obvio nadie quiere llevar este último apelativo y por ello mis alazanes fueron mis amigos y compañeros de viajes y testigos de mis primeras conquistas tanto en el amor, como en el trabajo.

Además de coquetear con las muchachas del pueblo los jóvenes tomábamos cerveza y chirrinche con los adultos y aprendíamos de ellos el arte de los negocios, por ello en los mercados, en las ferias y fiestas (que siempre encontraremos en cualquier pueblo de Colombia), sacábamos a relucir los dotes de vendedores y compradores que a veces nos dejaban amplias ganancias y a veces pérdidas irreparables, pero ese es el campo y no había rencores; “como en el amor, en los negocios se pierde y se gana” nos consolaban nuestros viejos cuando nos ‘desplumaba’ otro más vivo; “así es que le enseñe joven”, nos felicitaban los mayores cuando acertábamos en una jugosa ganancia.

Finalmente la vida me domó a mí; me enseñó a no ser arrogante, ni engreído, me enseño el respeto al Otro, me enseño la sencillez y la solidaridad. Por ello adoro y daría mi vida, si es preciso, por el campo y por mis hermanos campesinos; además allí crie animales pues la naturaleza dotó mi vereda con excelsos pastos. Los mejores recuerdos se los debo al campo, a la naturaleza y a los campesinos con quienes compartí unos 24 años de mi vida. De unos 10 años que llevó en la ciudad no he dejado de recibir de ellos sus frutos, debo reconocer que no siempre agradezco; la ingratitud es inherente al hombre, ahora nadie se las podrá tirar de santo, mucho menos Santos u otro gobierno como el de Uribe que han sido déspotas con el campo y con los campesinos, a todas luces, fruto de ello surgió la movilización.   

          
Con toda la dicha que me han dado el campo y los campesinos, cómo no unirme a la indignación colectiva cuando el jueves pasado unos periodistas y noticieros salían a vociferar que los ‘vándalos’ manifestantes sabotearon la marcha en la que miles de colombianos apoyaban el Paro Nacional Agrario y Popular (como lo denominan organizaciones solidarias) que adelantan los campesinos de forma pacífica y justa, desde hace dos semanas.

Todavía hoy domingo una publicación señala que “las manifestaciones pasaron de reclamos justos al vandalismo”, ni más ni menos la revista semana ; deberían rectificar en honor al buen periodismo que este medio hace en otros temas, eso hay que reconocerlo, pero aun así no pueden generalizar de esa forma como lo hace en esta portada, al campesinado colombiano… pero esta publicación no es tan grave comparada con la cantidad de veneno que arrojaron noticieros de otras cadenas radiales y elevisivas el jueves pasado, ensañadas contra el pueblo colombiano y especialmente contra los campesinos al pretender generalizar que el paro se había “vandalizado”, palabra que escupían con la misma rabia que los ESMAD arrojaban gases contra una multitud que pedía a gritos que cesara la violencia y, que no fue escuchada, sino dispersada con disparos, gases, granadas de aturdimiento y con aversión hacia el Otro. (Al respecto hoy se empieza a ventilar como la industria que provee este tipo de armas denominadas no letales deja ganancias incalculables que de no usarse este dinero con fines represivos contra la sociedad civil habría para resolver todos los problemas de hospitales y de vías en el país)  

    
Lo cierto es que quienes estuvimos en las calles apoyando a los campesinos, que nos proveen de vida con miles de productos alimenticios, vimos como el ESMAD provocaba a los manifestantes con gases, con intimidantes amenazas y exhibición de armas químicas; claro también hubo grupos de irresponsables civiles (no sabemos si venían de algún grupo extremista de izquierda o de derecha o del mismo gobierno) que provocaron a los policías antimotines con injuriosas consignas y también con artefactos explosivos, eso sin duda hay que reconocerlo y lo vimos los marchantes, pero muy cierto es que las marchas fueron multitudinarias y pacíficas, con alegría, con sabor y con despliegue artístico y cívico del 99%; los escasos grupos civiles que provocaron desmanes eran de máximo 15 integrantes, los demás ciudadanos expresamos abierta y públicamente nuestro rechazo y descontento a las políticas de este gobierno, pero en ningún momento ni provocamos ni generamos violencia, al contrario fuimos agredidos por la forma en que la policía disparó contra quienes ejercíamos la protesta como derecho fundamental y exhibiendo nuestras ruanas como apoyo al campesino o como hijos de campesinos que somos más del 70 por ciento de los colombianos.

Para nadie es secreto que el jueves pasado, 29 de agosto, en ocasión a la marcha pacífica los medios comerciales de comunicación desinformaron como se les dio la gana, y con saña, sobre los hechos ocurridos, incluso algunos medios internacionales reprodujeron el festejo desinformativo. No es la primera vez que lo hacen, de hecho es recurrente, pero esta vez fue desproporcional y ofendió la dignidad de nuestra noble gente campesina, quienes nos posibilitan desde el primer sorbo de café o aromática que tomamos en la mañana hasta el aroma de plantas que respiramos en la noche.

Dolido como estaba el viernes me rebele y no escuche radio ni vi televisión, tampoco leí periódico alguno, me regocije en el documental Artesanos, creer es crear, que en un bello recorrido natural y artístico nos deja un mensaje profundo sobre cómo convivir colectivamente desde la fuerza interior, desde el encanto de la naturaleza, desde el respeto y el aprecio al Otro, como hermanos. Es posible decíamos todos quienes veíamos el filme, sin embargo las palabras de dolor y descontento hacía lo ocurrido el jueves no se podían contener, son las mimas palabras con las que comparto este relato y que concluyó con una breve descripción de algunos de los aspectos del Paro Nacional (ya sobre este tema se conoce mucho y no quiero ser redundante), no sin antes hacer un llamado a la no negación del Otro ni de su dignidad, el hecho que este escrito esté dedicado al campo y los campesinos no subvalora que todos hemos aportado desde distintos campos y saberes, claro que sí, a construir este país; este territorio que es de todos y de todas, es un territorio universal, y lo ideal es convivir en él  pacíficamente y en armonía con todos los seres existentes, porque no estamos solos: está el universo y la naturaleza primero, después los humanos.

En este sentido abordó al menos tres aspectos: la negación, la apertura económica y el atentado estatal, criminal por demás, contra nuestras semillas nativas campesinas, aspectos que no se les ha dado la relevancia requerida. La negación institucional del campo y del campesinado colombiano es real y evidente en el contexto que surge el Paro, los campesinos lo llaman abandono.

 

La negación del Otro no es asunto nuevo y la han ejercido quienes se han creído con derecho y poder de someter a su semejante, al Otro; hablar de esto generaría un compendio filosófico, pero basta mencionar que las primeras revoluciones se han dado por negar la dignidad humana, sometida a vejámenes atroces porque a alguien se le ocurrió declarar al otro ‘enemigo’ a sus intereses y de esa forma justificar la violencia ejercida contra el denominado enemigo que en esta época de globalización está de moda también verlo como una amenaza; sólo habría que mencionar casos como la invasión a Vietnam, el atropello contra el pueblo de Palestina, la invasión a Irak y ahora a Siria, unos y otros llevados a cabo por los gobiernos gringos de turno, sin el apoyo de la mayoría del pueblo estadounidense.

En Colombia los campesinos recibieron dos recientes estocadas, que cual más cual menos los han hecho tambalear o para decirlo en palabras entendibles los dejo heridos de muerte, en su condición de campesinos, uno de esos golpes es el TLC aprobado con Estados Unidos que no solo arruinó al pequeño productor campesino, sino despojó al agricultor de sus ganancias para poder sobrevivir con su familia.

Pero para no responsabilizar del todo al TLC, o a los TLCs, como herencia de los “tres huevitos” de Uribe, que más bien debería llamarse un bochornoso aborto, diríamos que la quiebra del mediano agricultor se empezó a fraguar con la denominada Revolución verde de mediados del siglo anterior y su acelerada y expansiva producción agrícola. La moderna introducción de químicos, fungicidas, fertilizantes y tecnificación que orquestó esta destrucción verde, trajo también innumerables males o virus que deterioraron el agro en los países de Latinoamérica, cuyos gobiernos generosos fueron los primeros en abrirle las puertas al monstruoso engendro.

Pero no bastaba acelerar la producción agrícola y para ello había que acudir al máximo destructor de semillas nativas, Monsanto, que tenía el ‘control’ de modificarlas genéticamente; y así nos han convertido nuestras semillas en “amenazas” para el alimento de los colombianos. Entonces ya no es sólo la negación del Otro sino también la de nuestras semillas, convertidas en amenaza, según los ‘sabios’ institucionales, además ahora ‘jueces’ del Instituto Colombiano Agropecuario, ICA, que para este propósito emitió en 2010 la Resolución 970. Para los defensores de las semillas y para muchos líderes campesinos esta norma es considerada una canallada contra el saber ancestral del campo; es una nueva y temida colonización contra el campesino y contra la vida, pues criminalizar las semillas como lo hace el ICA con miles de toneladas es cortar la placenta que nos liga a nuestras madres plantas alimenticias y medicinales.

Así y todo, hoy en El Espectador  la gerente del ICA, Teresita Beltrán, señala que la 970 no prohíbe el uso de semillas nativas, y puede ser cierto pues dice la norma que quienes cultiven menos de 5 hectáreas pueden utilizar sus semillas, sin embargo la entidad pone las condiciones y los requisitos de cómo hacerlo. Quienes hemos visto el documental 970, sabemos que ahora a instancias del ICA la policía no sólo cumple la ‘función’ de gasear a los manifestantes, sino que persigue campesinos para decomisarles sus semillas nativas y arrojarlas a la basura como ocurrió hace poco en el Huila con miles de toneladas de arroz y muchas de algodón y maíz como denunció hoy Noticias Uno.

En este sentido han surgido iniciativas valiosas en defensa de la vida y las semillas, diversos grupos  y movimientos so custodios y guardianes de semillas nativas como los mismos pueblos indígenas, eco aldeas, asociaciones de mujeres afro, indígenas y campesinas, promotores agrosolidarios del consumo, el comercio y la distribución justa como Agrosolidaria y, distintas redes de ambientalistas como el Pacto Mundial Consiente que no sólo promueve el uso de estas semillas, sino que difunden a nivel mundial la afectación de los campesinos a raíz de la norma.

Por todo esto y por nuestro compromiso de rechazar la violencia en todas sus manifestaciones y procedencias, invito al despertar consiente para liberarnos del yugo y las colonizaciones impuestas por los distintos modelos y gobiernos de occidente a los pueblos del mundo, es un llamado a la indignación colectiva contra el abuso hegemónico y la imposición cultural, económica y social, que no estamos obligados a aceptar.

Por: Ismael Paredes, comunicador social campesino      
Septiembre 01, Altiplano cundiboyacense