La explicación de los vigorosos paros -cafetero y agropecuario- realizados por cientos de miles de productores, trabajadores y demás sectores sociales que los acompañaron tiene que ver con factores, algunos de carácter estructural y otros de carácter coyuntural. Entre las primeras, hay varias que no dependen de la voluntad de los productores sino que obedecen a factores ajenos, exógenos, a las condiciones de producción de los bienes agrícolas.

 
En este artículo, queremos llamar la atención sobre los problemas estructurales del negocio del café. El primero es su condición de producto primario, commodity, como los llaman en el mercado mundial. Esta condición le da una serie de características, en relación con el mercado, que lo hacen altamente vulnerable frente a los monopolios comercializadores, de la torrefacción y la distribución pero, sobre todo, frente a la especulación en las bolsas de valores de Nueva York y Londres. A esa realidad está sometido el negocio cafetero.
 
Su poquísimo valor agregado producto de la exportación, en un elevado porcentaje, como café verde, la característica de usarse -en una alta proporción- como parte de una mezcla que se hace con otros cafés de menores calidades por los torrefactores, y su distribución por compañías comercializadoras que manejan los precios, en los estantes de las grandes superficies o en las mesas de las cadenas de cafeterías -que lo venden en taza- hacen que los productores no tengan ningún control sobre el precio de venta final de su producto.
 
Empresarios, campesinos e indígenas -de naciones como la nuestra- quedan expósitos a los juegos de precios y especulación que, como esencia del mercado mundial, ejercen unos pocos agentes. “El del café es un mercado altamente concentrado: Cuatro empresas – ECOM, Louis Dreyfus, Neumann y VOLCAFE – controlan alrededor del 40 por ciento del comercio mundial del café”. (1) Lo mismo ocurre con “los tostadores y las comercializadoras, cinco empresas – Kraft, Nestlé, Sara Lee, Procter & Gamble y Tchibo- controlan la mitad del mercado global”. (2) De otra parte los llamados convenios de Comercio Justo con cafés especiales, orgánicos, de origen o altura y demás denominaciones, representan un porcentaje muy pequeño, del café se transa en el mercado mundial.
 
Siendo así la comercialización del grano, no es extraño que los precios internacionales fluctúen como lo hacen y generen un escenario en el que los productores se ven obligados a aceptar hoy, casi que “sin chistar”, el precio internacional. Sin embargo, antes de que se presentará esta situación, las naciones productoras habían forcejeado -con los Estados Unidos- el establecimiento de un precio de compra y una franja de cuotas que permitiera controlar la superproducción del grano y garantizar un ingreso a las naciones productoras.
 
Durante una década se realizaron cumbres y reuniones en búsqueda de un mercado controlado y mejores precios. Desde 1931, con la crisis por superproducción de Brasil, hasta 1940, año en que se firma el primer pacto internacional de cuotas, los países productores buscaron una relación de comercio más justa para el grano. Acicateado por la segunda Guerra Mundial y sus consecuencias en el mercado mundial, Estados Unidos accedió a suscribir el Acuerdo de Cuotas.
 
Ante la realidad de la segunda Guerra Mundial y más aún durante el período de la “Guerra Fría” Estados Unidos, a fin de defender sus dominios neocoloniales, de las fauces de su contrincante del Eje Roma-Berlín-Tokio y, posteriormente, del nuevo imperio Ruso, dispuso acordar un pacto con las naciones productoras que permitiera a éstas, sostener sus ingresos a través de una franja de precios. Franja de precios que significaba, en el fondo, un subsidio que pagaban los consumidores, a quienes obligaron a comprar el grano a precios previamente pactados, lo cual generó protestas entre los ciudadanos estadounidenses.
 
Todos esos pactos de precios y cuotas permitieron transferir a empresarios y campesinos de las naciones productoras una pequeña tasa de utilidad y garantizaron, en buena parte, la estabilidad económica y, por tanto, política, de varias naciones. Esta estabilidad fue, en últimas, la poderosa razón que llevó a Estados Unidos a implementar el pacto.
 
Para que dicho Pacto Internacional de Cuotas funcionara se requería, además, del manejo de existencias, bodegas para su almacenamiento, recursos económicos para comprar cosechas y control de las exportaciones para cumplir con las cuotas asignadas a los productores dentro del Pacto. Esos mismos requisitos obligaron a naciones como la nuestra a crear el Fondo Nacional del Café para garantizar la compra del grano.
 
Este pacto de cuotas, conocido también como Convenio Interamericano de Washington, funcionó desde su creación hasta la constitución -en 1962- del Primer Convenio Internacional del Café suscrito por 42 países productores que representaban el 99.8% de las exportaciones y 25 importadores que representaban el 96.2% de las importaciones.
 
Por fuera del Pacto, Colombia, al igual que el resto de países productores, podía hacer sus ventas o intercambios comerciales con otros países, incluyendo a Rusia y los socios de ésta. Muchas de esas ventas o intercambios comerciales se hacían por debajo del precio pactado en el acuerdo internacional de cuotas. Este fue, precisamente, uno de los asuntos que más quejas suscitó por parte de los países importadores y pretexto clave para que, al final, se diera por terminado el acuerdo en 1989.
 
Este modelo de comercialización de bienes básicos agrícolas funcionó también para el cacao, el azúcar y otros productos pero, la conclusión de la “Guerra Fría”, por el derrumbe de la URSS facilitó la imposición del “libre mercado”. Antes que aflojar en su dominación, Estados Unidos -como potencia hegemónica- y la Unión Europea -quien había restaurado y fortalecido sus economías y ejercía control sobre sus antiguas colonias en América Latina y el África- decidieron que los pactos internacionales de bienes básicos se acababan y que, de ahí en adelante, lo que se aplicaría era el “libre mercado”, es decir el control absoluto de los monopolios sobre el mercado. Salió del escenario la política del “Estado del Bienestar” y la “Alianza para el Progreso” y ascendió al comando de las relaciones internacionales de Estados Unidos con Latinoamérica, el neoliberalismo.
 
En el caso del café la aplicación del “Mercado Libre” comenzó con el rompimiento del Pacto Internacional del Café en 1989, lo cual produjo la caída de los precios internacionales del grano. De un precio de un dólar con 70 centavos la libra en septiembre de 1990 cayó a 50 centavos de dólar la libra en mayo de 1993. El “libre mercado” llegó para imponerse. En solo esos casi tres años, las naciones productoras perdieron más de tres mil 500 millones de dólares. Dólares que se ganaron los monopolios de la comercialización y la torrefacción acolitados por los gobiernos de la Unión Europea y Estados Unidos.
 
A partir de la aplicación de la política económica neoliberal, por los gobiernos de Reagan y Thatcher, y para salvarse de la profunda crisis que padecen, las potencias mundiales dejaron a un lado la política de industrialización por substitución de importaciones que buscaba que las naciones desarrollaran sus economías y aplican la nueva política que, como señalara Francisco Mosquera, busca que Estados Unidos salga de la encerrona en que se encuentra, “centuplicando primordialmente la explotación de los países pobres que están bajo su yugo, incluida la totalidad de América Latina y, por supuesto, Colombia”.
 
En la crisis de precios que comenzó en 1990, y que se acopló con las políticas de apertura del mercado interno colombiano implementadas por el gobierno de Cesar Gaviria, los caficultores colombianos tuvieron que soportar el derrumbe de sus ingresos. Aunque para la época pudieron disfrutar aún de los pocos ahorros que disponían en el Fondo Nacional del Café, la verdad es que el aumento de producto en manos de monopolios comercializadores y torrefactores -por las mayores ventas del grano que hicieron las naciones exportadoras- deprimieron aún más los precios. La “libre competencia” sobre abasteció el mercado y desmejoró los ingresos al colocar más inventarios en manos de los importadores. Los países productores, incluido Colombia, pretendieron remplazar con mayores volúmenes de ventas, la caída del precio internacional. Pero entre más café se enviaba al mercado, más caían los precios lo que finalmente afectó los ingresos de los productores. El país se vio entonces obligado a mermar las áreas cultivadas y a abandonar abonamientos y otras prácticas de manejo de los cafetales con la consiguiente caída en la producción.
 
En esa situación, los cafeteros no fueron capaces de atender las deudas contraídas con las instituciones bancarias. La pérdida de sus tierras, sembrados, casas y demás activos era inminente. Para mediados de 1995, la crisis de la deuda cafetera estalló y con ella estalló también la movilización social y la rebeldía de los caficultores con la conformación de organizaciones como Unidad Cafetera.
 
Esta crisis de precio e ingreso, además de crear las condiciones para construir organización gremial y alcanzar la condonación de las deudas, y con ella la salvación de más de cien mil propietarios, probó que los Estados Unidos y demás naciones importadoras aplicarían, sin consideración alguna, su receta neoliberal.
 
Frente a la nueva situación creada por el “libre mercado” y para mantener la producción y participación del café colombiano en el mercado mundial, teníamos que competir en un escenario en el que terminarían ganando quienes fueran capaces de controlar el precio de insumos y aplicar mayores tecnologías y mejores semillas, así como rebajar sus costos de producción y aumentar su eficiencia productiva logradas en gran medida a través del empobrecimiento de los productores y su mayor capacidad para aguantar hambre.
 
La verdad es que al café de Colombia, orientado por las políticas del gobierno y la Federación de Cafeteros le fue mal, muy mal, en este proceso. Desde el rompimiento del Pacto de Cuotas se perdió participación en la producción mundial del grano, se rebajó la producción interna, se mermó el ingreso real del productor y se redujo notablemente la participación del café en el PIB nacional.
 
Carlos Gustavo Cano Sanz, Cesar Vallejo Mejía y otros* demostraron una pérdida prolongada de producción del grano colombiano desde la década de los sesenta del siglo pasado. En 1965 participábamos con el 16.02% de la producción mundial, para 1980 fue 15.52%, en 1995 el 13.40% y para el 2011 escasamente el 6.25% de la producción mundial. Entre 1995 y 2011 perdimos el 7,25% de participación en la producción mundial que, además, aumentó de 90 millones de sacos en 1989 a 131 millones en 2011-12.
 
La rebaja en la producción nacional –pasó de 11 millones de sacos promedio desde 1995 hasta 2007 a menos de 8.5 millones desde el año 2009 hasta el 2012-, significa también, una pérdida en las exportaciones de café. Efectivamente las exportaciones colombianas de ser más de una quinta parte de las “exportaciones mundiales en las décadas del 60 y el 70 se pasó a 6,8% en el año cafetero 2008/9 y a 6,3% en el 2010/11” según datos del estudio ya citado. Y, en cuanto a la participación del café, en las exportaciones totales del país, se pasó de 65.5% en 1978 a 5% en 2011.
 
En cuanto al ingreso real de los productores, la situación es muy grave. La caída del precio internacional de un promedio de dos dólares y medio la libra en mayo-junio de 2011 a menos de un dólar con 65 centavos en marzo de 2012 y de un dólar con 12 centavos en septiembre de 2013 y, si a eso se agrega, la revaluación del peso y la baja producción de los años anteriores, los productores perdieron más del 60% del precio interno con relación al año 2011. Tan grave es la situación que si no fuera porque los cafeteros se ganaron -en el paro de febrero-marzo de este año- el subsidio llamado Protección al Ingreso del Caficultor PIC, tendrían ingresos por debajo de sus costos de producción por más de 25 mil pesos por arroba. De prorrogarse esta tendencia no será factible, para miles de caficultores, continuar con su actividad. Afortunadamente los cafeteros lograron construir la Dignidad Cafetera Nacional sin ella, la crisis de precio seria catastrófica.
 
El deterioro en la rentabilidad de la caficultura, como ya vimos, es producto de bajos precios en el mercado mundial y de la revaluación del peso, política que aplicada desde 2005-2006 ha significado para los cafeteros colombianos, según afirmación del Senador Jorge Robledo, la pérdida de un 30% de sus ingresos. De cada 100 pesos, por la revaluación del peso, los cafeteros pierden 30. Solo en 2011 perdieron más de un billón de pesos. A esa situación debe agregarse mayores costos de producción y efectos colaterales graves -en la cantidad de producto cosechado- por el cambio climático.
 
Otro grave problema estructural que actúa contra el negocio cafetero es la tierra en que se siembra en Colombia. Tenemos una caficultura extendida sobre vertientes y laderas de las cordilleras y con una topografía montañosa que no permite la mecanización de las labores agrícolas propias del cultivo del café y que, por lo tanto, implica un uso intensivo de mano de obra para la realización de prácticamente todas las labores.
 
Preparar la tierra para sembrar el colino, abonar, fumigar, soquear, recoger y transportar el grano son faenas que se realizan -casi todas- con mano de obra del productor y su familia o con trabajadores asalariados. Tan sólo en algunas propiedades usan guadañadoras para las labores de desyerba y vehículos para el transporte del grano, mejorando en algo la productividad.
 
Por el contrario, en el Brasil las tierras en que está asentado el cultivo son planas en su gran mayoría. Eso permite la mecanización de casi todas las faenas, incluida la recolección del grano. Y aunque tienen porcentajes elevados en costos de producción, por utilizar mano de obra más costosa que la colombiana en las labores mecanizadas, éste costo es, proporcionalmente menor en el costo total por el uso de maquinaria, que en Colombia.
 
De otro lado, Colombia también se encuentra en desventaja frente a Vietnam y otros países productores, donde, si bien las tierras también son de ladera, cuentan con mano de obra más barata que en nuestro país. Por tanto, ya sea por la mecanización o por el precio reducido de la mano de obra, casi todos los países que siembran café tienen costos de producción inferiores en comparación con Colombia. Debe agregarse que en los costos totales del café, la mano de obra representa el 60%. Un problema que no tiene como resolverse por el camino de las rebajas salariales y tampoco por el camino de la mecanización de los cultivos. En zonas de ladera eso no es posible. Un grave problema estructural.
 
Un producto primario como el café que se exporta sin mayor valor agregado, controlado en su comercialización interna y externa por monopolios de la torrefacción y la distribución, sometido a la especulación financiera -en las bolsas de valores- sembrado en zonas de ladera, sin posibilidades de mecanización y con exigencias de abundante mano de obra para producirlo, es un reglón económico en el que sus productores están sometidos, a través de los pactos de cuotas o en el “libre mercado”, al control de los monopolios.
 
Finalmente, los pocos períodos en que logran precios internacionales favorables son cortos, bien cortos, mientras que los bajos precios atraviesan largos períodos, bien largos. Por eso, acoger la política de revaluación del peso, impuesta a la nación por los gurús del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional arrincona a los productores, y los lleva a la quiebra al dejarlos sin salida frente a la competencia mundial. Una medida para defender a nuestros cafeteros es la devaluación del peso. Pero eso tampoco es posible en el mundo del “libre mercado” y los Tratados de Libre Comercio (TLCs).
 
Permitir el ingreso de mercancías con aranceles cero estará bien para los monopolios, pero no para Colombia. No revisar o acabar los TLC estará bien para los monopolios, pero no para Colombia. Y no aceptar tasas de devaluación del peso que en algo protejan a los productores nacionales, así ellos devalúen el dólar todos los días, estará bien para los monopolios pero no para Colombia. Por eso debe suprimirse, abolirse, la política económica neoliberal.
 
Estas condiciones que padecen los cafeteros, así muchos no las conozcan, explican su rebelión y la de centenares de miles de agricultores más. Cambiar esta realidad es tarea de largo aliento. Implica no solo la dignidad, de la que ya disponen, sino la soberanía económica que tendrán que alcanzar, con la nación entera. Y eso no será posible con Santos y con los que son como él.
 
Oscar Gutiérrez Reyes, Revista Deslinde, Bogotá, diciembre de 2013
http://www.moir.org.co/Crisis-de-ingreso-y-problemas.html