Les comparto esta carta abierta a Rafael Pardo, en la que planteo la desobediencia civil ante la ilegitimidad de su gestión como alcalde encargado de Bogotá. Si están de acuerdo, y les parece interesante publicarla, tienen mi autorización.Bogotá, 6 de abril de 2014

 
 
Señor
Rafael Pardo Rueda
Ministro de Trabajo
Titular (e) de la Alcaldía Mayor de Bogotá
 
Señor Pardo:
 
Hace muchos años, en un olvidado paraje al norte del Departamento del Cauca, encabezó usted la delegación gubernamental durante el proceso mediante el cual el Movimiento 19 de Abril –M-19– dejó de manera voluntaria las armas para hacerle un invaluable aporte a la paz y la democracia en Colombia. Hablo en nombre propio y por eso le digo que merecía usted mi reconocimiento y respeto como garante de dicho proceso.
 
El M-19 le ha cumplido al país y a la palabra empeñada y ha transitado por diversos escenarios de la política legal, no solo aceptando las reglas de juego sino aportando la construcción de éstas desde la Asamblea Nacional Constituyente que dictó la Carta Magna que nos rige a todos los colombianos, incluido usted.
 
Como colombiano, como ciudadano, como persona que todavía sueña con un futuro mejor para mí, para mis hijos, para mis nietos, le he apostado a la paz, convencido de que ésta no radica simplemente en dejar de echar tiros en el monte, sino que representa un compromiso con la que llaman justicia social, algo que no he conocido en la práctica pero sí en los libros, como uno que escribiera usted en 1996, bajo el llamativo título de De primera mano. Colombia 1986-1994: entre conflictos y esperanzas, y que dedicó a Alejandra, Laura y Claudia, quienes supongo que forman parte de su familia. Ya hablé de mis hijos y nietos y por eso me doy la licencia de mencionarlas a ellas tres. También fue compilador del libro El siglo pasado, en cuyo prólogo afirmaba usted que “La Constitución de 1991 y todo el proceso que la acompañó fueron vistos como la anticipación al nuevo milenio en términos de organización política, de legitimidad institucional y de una nueva modalidad de concertación en el país”.
 
Lo escrito, escrito está, dicen por ahí. Pero si uno lo ha escrito, debe ser consecuente. Y usted no lo está siendo hoy en día, al haber aceptado el encargo para reemplazar en la Alcaldía Mayor de Bogotá a Gustavo Petro Urrego, un hombre con quien seguramente usted se cruzó en el norte del Cauca cuando se avanzaba en el proceso que, además de la desmovilización del M-19, sirvió de jalonador para que otros nueve grupos guerrilleros decidieran reincorporarse a la vida civil. Dijo públicamente que el presidente Juan Manuel Santos le había consultado si aceptaba o no ser el alcalde de Bogotá tras la malintencionada e ilegal destitución por parte de la Procuraduría, ignorando, además, los tratados internacionales suscritos por Colombia con la Organización de Estados Americanos –OEA–, cuya comisión de Derechos Humanos dijo que la destitución no podía darse. No soy abogado, dispense usted que no utilice los términos precisos. Pero aunque no los conozca, sí sé de mis derechos como ciudadano.
 
Voté por Gustavo Petro y es el único alcalde que reconozco en la capital del país y por eso me declaro en desobediencia civil, por actos que, de primera mano –como se titula su libro– señalan la verdadera intención al destituirlo: echar atrás los procesos que benefician hoy a la ciudad y la beneficiarían en el futuro, como la no construcción de la Avenida Longitudinal de Occidente –ALO–, por los innegables estragos medioambientales que acarreará. Qué lástima, señor Pardo, que haya aceptado usted ser la cabeza de lanza –perdone el término un poco guerrerista– en esta nueva etapa antidemocrática en la capital del país, que se refleja, sin duda alguna, en el resto de Colombia. Habría sido más fácil para usted decirle a Juan Manuel Santos que no aceptaba el encargo, así fuera por cuestiones de imagen política. Pero lo hizo. Por eso, el rechazo del que fue objeto anoche en la inauguración del Festival de Teatro, acto en el que no estuve pero cuyas imágenes vi por las redes sociales. No había posibilidad de histrionismo, de difusas representaciones de democracia, y el público lo abucheó.
 
Representaba usted la institucionalidad y la garantía de un proceso de paz y democracia. Ya no, señor. Por eso, y para no alargarme más, cierro con una frase que pronuncia con certeza un profesor universitario con quien tengo el honor de trabajar: “mis respetos a quien mis respeto merece”.
 
Javier Correa Correa
Ciudadano colombiano residenciado en Bogotá