La arquitectura del poder del capitalismo global tiene en la cima del poder a las corporaciones transnacionales, o, más exactamente, a las élites de las corporaciones transnacionales en sus ámbitos de encuentros, alianzas, “task forces” y ámbitos de diseño de políticas y estrategias en torno de mercados, poblaciones y recursos de todo el planeta siendo refrenados y ajustados al propósito de la acumulación en un contexto de crisis para ellos. A esta estructura y sus políticas se le denomina neoliberalismo.

Recientemente, ante el afán insaciable e insatisfecho de acumulación que enfrenta límites impuestos por abarcar la totalidad de los recursos del planeta, la totalidad de la capacidad de consumo, y generar un excedente de población y de capital frente a un deficit consecuente de planeta (que ellos denominan recursos) y las consecuencias que estos límites creados por el sistema imponen, el control desde Estados de las riquezas y poblaciones es cada día más vital para la supervivencia del sistema. De allí que los consorcios y think tanks del capital transnacional se reúnan en torno de bloques de países y potencias y se re-identifiquen con estas en la confrontación en curso y en ciernes para eliminar excedentes y apropiarse de riquezas y recursos. Los bloques son capitalistas y están al servicio del capital transnacional, aunque esto nos lo oculten de mil maneras. OTAN y los diversos bloques de los EEUU, la UE, Australia, Canadá, Japón etc. BRICS. Además de los frentes de guerra creciente entre bloques, Medio Oriente, Ucrania y ahora Sur América (Venezuela), se preparan otros con diversos mecanismos para reclutarnos desde los bloques para la tarea de eliminarnos como excedentes, destruir el capital de unos y otros y transferirles en nombre de causas nobles y justas lo que quede del planeta a los vencedores. En este contexto, Raúl Zibechi escribe su columna “El caos sistémico se instala en Sudamérica”. El progresismo ahora como antes, no desafía sino que representa al capitalismo y a sus intereses. Los planes que ejecutan ellos para superar sus crisis nos incluyen enardecidos, matando, muriendo y sumándonos a las causas de los vencedores que escriben siempre la historia del despojo. No somos los pueblos de pie contra el capitalismo y el poder transnacional. Somos las tendencias divididas o manipuladas, reunificadas por las élites y los ejércitos, uniéndonos a los bloques que ellos controlan para entregar nuestras vidas y las de ellos, nuestro planeta a ellos para que al final, ellos se reúnan a repartirse lo que quede y quienes queden icen banderas de uno u otro color, mutilados para siempre por la gloria de haber luchado para que ellos puedan seguir acumulando con nuestro trabajo, nuestra sangre, nuestro heroísmo, nuestro compromiso y nuestra más encomiable, admirada y proclamada estupidez. Ellos son ellos vengan de donde vengan y no podemos seguir defendiéndolos para que vuelvan a superar su crisis. A esa maquinaria que se reorganiza la señala Raúl Zibechi como “el caos sistémico”. ¿Dónde Estamos? Pueblos en Camino
 

El caos sistémico se instala en Sudamérica

 

Propongo entender la coyuntura por la que atraviesa Sudamérica como el ingreso de la región en la situación de caos sistémico que atraviesa el mundo. Postulo que las manifestaciones del pasado fin de semana en algunas grandes ciudades de Brasil y el acoso interno y externo que sufre el gobierno de Venezuela encarnan un salto cualitativo en esa dirección, en la que se despliegan cuatro grandes fuerzas cuyas fricciones y choques conforman una situación de creciente caos.
 
La primera frase del informe Tendencias globales hacia 2030, emitido por el Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos en 2012, destaca que en 2030 el mundo habrá sufrido cambios radicales y que ningún país ostentará la hegemonía global. El quinto informe de la agencia concluye que el poder se ha desplazado hacia el este y el sur y que el espacio económico y estratégico asiático habrá superado al de Europa y Estados Unidos juntos. Estamos en plena transición hacia ese mundo.
 
Con base en esa previsión, las élites estadunidenses se aferran al análisis de su principal geoestratega, Nicholas Spykman. Más de la mitad de su obra America’s strategy in world politics, publicada en 1942, está dedicada al papel que debe jugar la potencia en América Latina, y en particular, en Sudamérica. Como bien lo recuerda el cientista político brasileño José Luis Fiori, la clave es la separación de una América Latina mediterránea del resto, que incluye México, Centroamérica, el Caribe, Colombia y Venezuela, como una zona donde la supremacía de Estados Unidos no puede ser cuestionada, un mar cerrado cuyas llaves pertenecen a Washington.
 
El resto de Sudamérica, los países fuera de la zona de su inmediata hegemonía, tienen un trato sólo parcialmente diferente. Spykman plantea que si los grandes estados del sur (Argentina, Brasil y Chile) se unieran para contrabalancear la hegemonía estadunidense, se les debe responder mediante la guerra. Fiori se lamenta de que los países de la región, y particularmente Brasil, no tengan esto tan claro como la superpotencia ( Valor, 29/1/14).
 
La hegemonía estadunidense, en ambas zonas, está siendo socavada por tres fuerzas: China, los gobiernos progresistas y los movimientos populares. En conjunto, tenemos cuatro fuerzas en disputa cuya colisión definirá el escenario latinoamericano por largo tiempo. De algún modo, representan los papeles que tuvieron españoles (y portugueses), ingleses, criollos y sectores populares durante las independencias.
 
La primera de esas fuerzas, Estados Unidos, cuenta con poder militar, económico y diplomático, además de aliados poderosos, como para desestabilizar a quienes se le opongan. Ciertamente, ya no tiene un poder casi absoluto como el que le permitió encadenar golpes de Estado para disciplinar la región a su antojo en los años 60 y 70.
 
La segunda fuerza, China, está desplegando básicamente poder económico y financiero. Ha realizado fuertes inversiones en Venezuela, Argentina y Ecuador, mantiene relaciones importantes con Brasil y Cuba, y adelanta proyectos arriesgados (para Estados Unidos) como el canal de Nicaragua, que competirá con el de Panamá. El primer Foro China-CELAC, celebrado en enero en Pekín, es una muestra del avance de las relaciones chinas con América Latina y anuncia que este proceso no se va a detener.
 
La tercera fuerza, los gobiernos progresistas, es la más vacilante y contradictoria. Por un lado, se apoyan en los países emergentes, sobre todo China, y en menor medida Rusia. Por otro lado, se apoyan en el modelo extractivo, que implica alianza con China (y otros), pero, sobre todo, es un modo de acumulación que fortalece a las derechas y a las burguesías, así como el modelo industrial fortalecía a trabajadores, sindicatos y partidos de izquierda.
 
El rentismo petrolero venezolano necesita de intermediarios separados de los trabajadores, sean gestores, administradores o militares. Brasil es un buen ejemplo. El extractivismo minero/soyero/inmobiliario debilita a los movimientos, le da más poder y fuerza a las multinacionales y a los especu­ladores urbanos, a tal punto que sus más conspicuos representantes están en el gabinete de Dilma Rousseff. Continuar con el modelo extractivo es un suicidio político. Polariza a la sociedad y aleja a los sectores populares de las izquierdas. No genera corrupción: es corrupción, porque se basa en el despojo de campesinos y pobres urbanos.
 
Para la cuarta fuerza, los sectores populares organizados que son el eje de este análisis, el extractivismo/acumulación por despojo/cuarta guerra mundial es una agresión permanente a sus modos de vida y sobrevivencia. La gran novedad de los dos últimos años es que progresivamente se están autonomizando de los gobiernos progresistas, en gran medida a consecuencia del modelo imperante, que los condena a ser dependientes de las políticas sociales, afectando su dignidad.
 
Esas políticas están perdiendo su capacidad de disciplinar, como quedó demostrado en Brasil en junio de 2013 y cada vez más en toda la región. Los nuevos-nuevos movimientos que están emergiendo, sumados a los viejos movimientos que han sido capaces de reinventarse para seguir en la pelea, están reconfigurando el mapa de las luchas sociales.
 
Si los gobiernos progresistas persisten en su alianza con los emergentes y con franjas de las burguesías de cada país, seguirán ensanchando la brecha que los separa de los sectores populares organizados. Los movimientos de los de abajo son la única fuerza capaz de derrotar el actual ascenso de las derechas y la injerencia estadunidense.
 
Así como el ciclo de luchas de finales de los 90 y comienzos de 2000 deslegitimó el modelo neoliberal, sólo un nuevo ciclo de luchas puede volver a modificar la relación de fuerzas en la región. Como demuestra el caso de Brasil luego de junio de 2013, los gobiernos progresistas se muestran temerosos de los movimientos autónomos y prefieren tejer alianzas con los poderes conservadores.
 
Raúl Zibechi